UNA LUZ EN LA OSCURIDAD

Reflexiones sobre «El Mundo y sus demonios», de Carl Sagan

Por José Antonio Suárez

 

 

"También sabemos qué cruel es a menudo la verdad.

Y nos preguntamos si el engaño no es más consolador"

              Henri Poincaré

 

              Esta cita, extraída del libro de Sagan publicado por editorial Planeta, resume en muchos aspectos la tesis que el autor sostiene a lo largo de casi quinientas páginas. Tenemos necesidad de creer, de obtener respuestas a los enigmas que nos rodean, que nos expliquen nuestra presencia en el mundo, por qué existimos, adónde vamos. Desde los albores de la civilización, las religiones han tratado de satisfacer estos interrogantes, pero el avance de la ciencia, el aumento de nuestros conocimientos acerca del universo, ha ido restringiendo paulatinamente el dominio de la religión. La razón es el único método válido para comprender el mundo, mientras que la fe, las creencias no sustentadas por datos objetivamente contrastables, no ofrecen más que soluciones aparentes que quizá sirvan para autoengañarnos, pero que realmente tienen poco sustento.

              Es preocupante el avance de un gran número de pseudociencias que pretenden, sin el menor rigor científico, tener respuestas para todo. Sagan se pregunta si nos estamos precipitando hacia una nueva edad oscura, hacia un tiempo en el que, conviviendo con ordenadores y satélites artificiales, la superstición y la leyenda ganan terreno en las aulas, en los medios de comunicación o los gobiernos, en detrimento del pensamiento escéptico, del juicio crítico que nos permitió abandonar la edad de piedra y construir una civilización.

              Puede que esa edad oscura ya haya llegado. El creacionismo, las ciencias ocultas, los ovnis o el integrismo no son sino distintas manifestaciones de la irracionalidad humana frente al mundo que nos rodea. Que hayamos llegado a esta situación lo achaca el autor a la pérdida de interés por la ciencia. En una encuesta realizada en su país, el 50% de los adultos desconocía que la Tierra girase alrededor del sol y que tardara un año en hacerlo; el 63% ignoraba que los dinosaurios se extinguieron antes de la aparición del hombre, y el 75% no sabía que los antibióticos sólo matan a las bacterias y no a los virus. Para quienes piensen que eso sólo sucede en América, les recordaré que en una encuesta dada a conocer durante la XXVII bienal de la Real sociedad española de física, el 35% de los españoles no se cree que la Tierra sea redonda. Existe una alta tasa de analfabetismo científico, desgraciadamente en aumento, que desemboca en actitudes irracionales al ser incapaces culturalmente de comprender el mundo con un pensamiento coherente con nuestros conocimientos. Algunas religiones, con su postura dogmática, no ayudan precisamente a la aceptación de la ciencia entre los ciudadanos. Un ejemplo estremecedor citado por Sagan es el edicto que el jeque Abdel-Aziz Ibn Baaz, máxima autoridad religiosa de Arabia Saudí, que promulgó en 1993: la Tierra es plana. Sí, han leído bien, y no debe imaginar mucho las consecuencias de aquél que discrepe de la doctrina oficial. O por poner otro ejemplo, la reacción de algunos rabinos ortodoxos cuando se estrenó Parque Jurásico en Israel. Puesto que el universo tiene menos de seis mil años de antigüedad según sus creencias, proclamar que los dinosaurios vivieron hace cien millones de años era una gran infamia. Doctrina que igualmente comparten los creacionistas en los Estados Unidos, y que difunden en los colegios anatemizando a Darwin y negando la evolución.

              Si la ciencia no es potenciada desde las escuelas y no se estimula a los alumnos en su curiosidad, obtendremos exactamente lo que tenemos: mentes acreativas, incapaces de responder por qué el cielo es azul o la Tierra redonda (bueno, ahora parece que tiene forma de patata), o lo que es peor, de preguntárselo siquiera; pero muy dispuestas a creer en canalizadores, amuletos, cristales, horóscopos o posos de té. Se ha abonado el campo para el crecimiento de las pseudociencias y el irracionalismo. Podemos haber llegado a la Luna, pero espiritualmente no hemos progresado demasiado desde la edad Media.

              En una encuentro que Sagan mantuvo con el Dalai Lama, y que muestra como ejemplo de tolerancia, el autor le pregunta cómo reaccionaría si la ciencia refutase uno de sus dogmas de fe. El Dalai Lama le contesta que el budismo tibetano tendría que cambiar. ¿Aunque fuese un dogma central como la reencarnación? Aún en ese caso -y el Lama añade con un guiño-: De todos modos le será difícil refutar la reencarnación.

              Los antiguos jónicos fueron los primeros que afirmaron hace 2.500 años que no son los dioses, sino las leyes de la naturaleza quienes gobiernan el mundo. Hoy pocos se acuerdan de los jónicos y en los cursos de filosofía apenas se les dedica una atención tangencial. Los que rechazan a los dioses tienden a ser olvidados. No nos gusta recordar a los escépticos ni a sus ideas. Las doctrinas que son indiferentes al avance de la ciencia, en cambio, no tienen de qué preocuparse. Sus dogmas no pueden ser demostrados y hay que creer en ellos.

              Casi siempre se plantea el tema de los platillos volantes en términos de creencias, pero es un planteamiento erróneo. No se trata de creer, sino de si realmente hay o no pruebas de que existen. Sagan dedica extensas páginas de su libro para desmantelar los argumentos y presuntas pruebas que afirman que nos están visitando. Es fácil de entender el auge de la serie Expediente X entre el público, que presenta como ciertos hechos inveraces, pero que cautivan nuestro lado irracional. Podría ser una buena serie de fantasía si así fuera presentada desde el principio, pero entonces ya no tendría tanto éxito. La clave es afirmar que todo lo que ahí se expone está ocurriendo realmente, y que una conspiración gubernamental nos impide acceder a la "verdad". Dudoso es que los gobiernos del planeta, incapaces de ponerse de acuerdo en cuestiones más básicas para nuestra supervivencia como la deforestación o el vertido de gases contaminantes, pudieran guardar durante décadas el secreto de que los ovnis nos visitan y que millones de personas son abducidas al año. Abducciones que, por cierto, se realizan frecuentemente en el dormitorio, a manos de extraterrestres que atraviesan las paredes y raptan a los durmientes sin que el otro cónyuge se entere de nada.

              Los fraudes están al cabo de la calle, es cierto que resultan muy rentables para quien los realizan, pero nosotros tenemos la capacidad de pensar y debemos ejercitarla. El autor expone una serie de casos bien documentados de los que destaco, por su cercanía en el tiempo y difusión en nuestro país, el de la autopsia del extraterrestre que un canal privado emitió no hace mucho. Luego se demostró que todo había sido un montaje, pero para entonces ya había rendido sus buenos frutos a la cadena. Hubo, sin embargo, un fraude mucho más elaborado e imaginativo que Sagan no menciona, y que yo recuerdo perfectamente, a principios de los años 80. Se llamaba Alternativa 3, y fue emitido en el programa que por entonces tenía Jiménez del Oso en televisión española. Era un cóctel de mentiras y medias verdades muy ingenioso, elaborado por los responsables de una prestigiosa serie inglesa, que exponía el efecto invernadero y sus repercusiones desastrosas sobre la vida en nuestro planeta, para mostrar a continuación un plan urdido por los gobiernos ruso y americano, destinado a evacuar a la clase dirigente al planeta rojo el día que la Tierra fuese inhabitable. Bueno, reconozco que fue una idea que me cautivó, era el tipo de planes que nuestros políticos llevarían a cabo si pudieran, preparar un refugio para salvarse por si las cosas se ponían feas y tenían que salir huyendo, dejándonos a los demás cociéndonos a fuego lento en la superpolucionada atmósfera del futuro. Se apabullaba al espectador con toneladas de pruebas de que en la cara oculta de la Luna se había construido una base secreta que enviaba naves espaciales a Marte, el cual tenía una pequeña colonia, atmósfera y algún tipo de vida primitiva; y para convencernos se ofrecía una vista aérea del paisaje marciano con una atmósfera densa y una especie de gusano reptando bajo la arena. La sonda Viking y las fotografías difundidas por la prensa eran un montaje, decían (mucha gente piensa lo mismo hoy día de la llegada del hombre a la Luna, pero si vamos a eso, un tercio de la población tampoco se cree que la Tierra sea redonda) . Se trataba de una campaña orquestada por el gobierno para convencer a sus ciudadanos de que Marte era un lugar inhóspito, un desierto más árido que el peor de la Tierra, cuando en realidad se había iniciado un ambicioso programa de terraformación marciana para derretir sus casquetes y adaptarlo a las necesidades humanas. El reportaje se acompañaba de entrevistas a supuestos astronautas, alusiones a científicos que trabajaban en el proyecto y que al intentar desvelarlo desaparecieron misteriosamente, todo ello aderezado con una cantidad abrumadora de cifras y detalles. Fue desconcertante, ¿cómo era posible que algo de aquella envergadura pudiera estar fraguándose a espaldas de la gente?

              El programa se emitió en la televisión británica el día de los inocentes (pero no aquí, que fue en un día normal), y se convirtió en un bromazo colosal sólo igualado en calidad, salvando las distancias, por la emisión radiofónica de La guerra de los mundos. Sin embargo, en la televisión española, ésa que pagamos con nuestros impuestos, se presentó como si fuera cierto.

              Un par de años después, en una conferencia a la que asistí sobre Marte, alguien del público sacó el tema de Alternativa 3. El orador (que se pavoneaba de tener datos secretos de que los americanos habían acelerado un láser 9 veces la velocidad de la luz y se lo habían comunicado a él) nos explicó que había sido una farsa. No recuerdo que nadie en televisión tuviera la decencia de dar una explicación al público cuando supieron que nos habían tomado el pelo. Tampoco el canal privado que televisó la supuesta autopsia al extraterrestre se esforzó mucho en desmentirla después, una vez supo que era un fraude -lo hizo, pero con la boca pequeña y sin la publicidad que sí se había apresurado a dar previamente a la emisión de la autopsia del muñeco de goma

              Esto no quiere decir que la ciencia tenga soluciones para todo y no nos quede más que aprender. No estamos en posesión de la verdad absoluta y tenemos todavía muchos interrogantes que carecen de explicación en el siglo XX, pero sólo el método científico, la experimentación, la prueba y el error objetivamente contrastables por cualquier observador, pueden satisfacer nuestra necesidad de saber.

              La realidad debe ser nuestra obsesión si no queremos que nuestros sentimientos nos traicionen. Si estamos sometidos a un engaño demasiado tiempo,  se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Mucha gente se niega a aceptar las respuestas de la ciencia porque acotan excesivamente nuestro mundo, despojándolo de todos los aspectos mágicos que nos gustan y en los que deseamos creer. La ciencia nos ha descubierto que somos seres contingentes causados por el azar, falibles, imperfectos. En definitiva, somos seres humanos. Y aceptar nuestra condición puede resultar doloroso.